sábado, 31 de mayo de 2008

CRÓNICAS DESDE LOS CAMPAMENTOS: LOS HIJOS DE HAMEIDI

Por Jose el Bidani

Hace unos días, después de una infructuosa jornada de trabajo, me dirigí al locutorio de Internet del Secretariado de Juventud y Deportes, frente al Protocolo. Después de navegar sin mayor interés, fui en busca de un vaso de té. Y me encuentro al agricultor por excelencia de Dajla. Uld Mohamed Zein, más conocido como Daf, lleva 15 años convirtiendo este yermo desierto en un vergel. Después del sempiterno saludo, decidimos hacer un té. Mientras se preparaban los cacharros, no sé como, salió a conversación su curiosa relación con las serpientes del desierto y los escorpiones. Era un descendiente de

HAMEIDI, HIJO DE UNA LEFAA

Hace mucho tiempo, cuando la vida de los saharauis no sabía de conflictos internacionales ni su destino estaba supeditado a ellos, la vida de los nómadas se repetía de generación a generación. Buscando las nubes, pastoreando, guerreando, sobreviviendo.

Un frig no muy grande ni muy pequeño, un día se vio acosado por un ghazi, aquellas incursiones acometidas entre tribus. Rápidamente, los integrantes del frig, recogieron sus bienes y huyeron. Pero en el fragor de la incertidumbre y la huida, se olvidaron de Hameidi, un bebé que apenas gateaba. Solo, abandonado por el miedo, el hambre despertó el instinto de supervivencia en él. Comenzó a desplazarse por las arenas del Tiris, tierra legendaria de poetas y serpientes. En esta ocasión, Hameidi no se cruzó en el camino de ningún poeta, sino en el de una mortífera lefaa, temible víbora de la zona.

Hameidi acarició su piel, llegando hasta el espolón de la temida criatura, al final de la cola. El espolón que da la muerte, aquel día amantó el llanto del bebé, convirtiéndolo en hijo de las serpientes.

Pasaron los meses y la familia reemprendió la búsqueda del cadáver de su hijo para darle santa sepultura. Muy cerca de donde desapareció, encontraron milagrosamente a Hameidi dormido plácidamente en la sombra de una talha. Cuando se acercaron a él descubrieron a la lefaa, que se escondía debajo de una piedra. En un primer momento asustados, los familiares de Hameidi dieron muerte al infecto animal, hecho que produjo una inesperada reacción en el niño, despertado por un abrazo desesperado. Un llanto desgarrado descubrió su faceta de superviviente: no era capaz de emitir sonido humano alguno. Y su comportamiento, el de un animal salvaje.

Fue llevado de vuelta al frig, y a pesar de la paciencia con que fue recuperada su condición humana, nunca se le pudo desprender su fascinación por las serpientes y escorpiones, con los cuales jugaba como si de sus semejantes se trataran.
Aconteció un día que una mujer fue mordida por una serpiente. Los familiares, desesperados por la desgracia, no sabían que hacer. Alguien mandó llamar a aquel joven que bailaba con las víboras.

Hameidi se acercó a la víctima y examinó la mordedura. Se metió el dedo en la boca y unció la herida con su propia saliva. Y el inexplicable milagro sucedió. Las dotes curativas de su saliva no sólo sanaban de la mordedura de la leefa, sino también las picaduras de escorpión. Hameidi creció, se casó y tuvo descendencia. Y los hijos de sus hijos, y los hermanos de leche que mamaran de la de sus descendientes, heredarían tan extraordinario don.

El día que a Daf le fue revelado tal don por su padre, la incredulidad y prácticamente la locura se apoderaron de él. Pero el paso del tiempo y la dura vida del desierto le mostrarían que tales palabras eran ciertas. Y no sólo a él, sino a las múltiples víctimas sanadas por su saliva milagrosa.

Varios son los testigos de tales milagros, que ya sean divinos o diabólicos, han marcado el destino de los hijos de Hameidi.

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